La nueva «cadena de valor» de la edición
HENRIQUE TORREIROEs preciso analizar los nuevos lugares de los intervinientes en el proceso editorial.
Lo único cierto de todo el asunto del advenimiento del libro digital es que nadie tiene claro cómo será realmente, cómo funcionará. Solo se sabe que es una evolución inevitable, y tarde o temprano también para el cómic. En este panorama, lo realmente útil es comprender bien el presente, para poder afrontar lo que vendrá. Aunque se hable mucho del contacto directo entre creador y lector, sin intermediarios, no debemos olvidar que en Internet hay siempre uno, como mínimo: las empresas suministradoras de los servicios, que no son precisamente neutras. Intermediarios va a haber, pero hay que buscar moderar su presencia hasta lo razonable.
En la edición se necesita la figura del editor, un profesional que debe, primeramente, seleccionar con criterio las obras que ofrece, y, además, hacer que lleguen al público con la mejor de las calidades posibles, en los niveles técnicos y creativos. El editor puede también ser el promotor de una obra, y, en la mayoría de los casos, tiene una labor de revisión y afinación, incluso si hablamos de autores consagrados. Después, en el mercado tradicional, el editor tiene que poner en marcha una serie de mecanismos para que la obra pueda llegar al lector. Esto incluye todos los procesos relacionados con cualquier producto físico: fabricación, almacenaje, promoción, distribución; en algunos casos, con empresas que cobran un tanto fijo (la imprenta), y en otros, un porcentaje sobre las ventas (la distribuidora, la librería).
De todo esto, hasta ahora, la participación sobre el precio de venta al público era —simplificando— del 10% para el autor (en algunos casos menos), el 30% para la librería (en grandes superficies más, hasta un 40%), el 20% para la empresa de distribución, y el resto para la editorial, que lógicamente tenía que cubrir todos los gastos de edición (imprenta, diseño y maquetación, promoción, etc.).
De lo físico a lo virtual
Con lo digital, en el libro deja de existir todo lo que tenía de producto físico. Pero, si es erróneo pensar que desaparece la intermediación, también lo es intentar reproducir exactamente los mismos esquemas tradicionales, incluida la proporción de los intervinientes en el proceso de producción. El editor tiene muchas labores que son idénticas a las de un libro analógico, pero no algunas de las cargas que lo encarecen; librería y distribuidora, por su parte, pasan a ser plataformas tecnológicas (si no una sola), con unos costes técnicos iniciales y de mantenimiento, pero muchísimo menos gasto de personal y nada del de transporte. Por eso, que las empresas quieran operar en el ámbito digital con los mismos márgenes del libro tradicional está nítidamente fuera del sentido común.
De esta forma, parece haber consenso en que los precios de los libros deberían ser más económicos, porque soportan menos costes reales, pero también debería estar claro que de ese precio el autor ha de obtener un mayor margen. Algunas organizaciones de creadores están reclamando el 30%, sin descartar cifras mayores según el caso. Es cierto que, de momento, el negocio del libro digital es muy pequeño, pero todo indica que no va a dejar de crecer exponencialmente, y llegará a ser parte importante de los ingresos de un autor. Hay editoriales que en los últimos años incluyeron en los contratos que la versión electrónica quedase pagada por el precio de la edición en papel. Corresponde a los autores no firmar nuevos documentos con ese tipo de cláusulas. Y, tal y como están las cosas, exigir que, de momento, los contratos para lo digital no duren más que uno o dos años, mientras no se aclare la situación.
[Addenda: Leo en prensa, después de redactado el artículo, que la plataforma formada por los grandes grupos editoriales españoles, Libranda, prevé un descuento del 30% en el PVP de los libros digitales con respecto a sus versiones en papel, y un margen del 20% para derechos de autor. Aunque me da la impresión de que estas cifras distan de ser definitivas —y es seguro que quedan por delante muchos meses, quizá años, de cambios, esperemos que en positivo—, por lo menos comienzan a ponerse datos sobre la mesa acerca de un tema en el que hasta ahora lo que ha predominado es la incertidumbre.]
Una reflexión muy interesante, Henrique, aunque mucho me temo que cambiar el esquema tradicional va a ser bastante más complicado de lo que a muchos nos gustaría, principalmente porque a día de hoy son precisamente los intermediarios quienes tienen el poder y los que se llevan la parte más grande del pastel, una parte a la que no van a querer renunciar (ya están tomando medidas para ello y preparando sus propias plataformas). Vamos, que nadie crea que las grandes cadenas se van a quedar de brazos cruzados y a permitir que las editoriales vendan directamente sus libros electrónicos sin pasar por ellos… al menos si quieren seguir teniendo presencia en las tiendas (véase en Estados Unidos la estrategia seguida por Amazon). Y por desgracia a día de hoy los grandes almacenes representan más del 50% de las ventas globales para muchos editores (yo incluido), con lo cual tienen una palanca bien gorda. Por eso, en mi opinión, una de las cosas que va a hacer el libro electrónico es abrir una hendidura aún más grande entre grandes grupos y pequeños editores, hasta el punto de crear prácticamente dos mercados distintos. Lo que no tiene por qué ser necesariamente malo.
Un saludo.
Gracias por tus comentarios, Óscar. Cierto, estamos hablando de grandes empresas y las cosas son (muy) complicadas, pero no creo que sea conveniente tirar la toalla antes de tiempo; al fin y al cabo, autores (frente a editoriales y plataformas) y editoriales (frente a plataformas) tienen en su mano un ingrediente fundamental, los contenidos, sin los cuales el negocio no vale nada. Quizá, como dices, se creen dos tipos de mercado, y eso puede hasta ser bueno; el problema, como también apuntas, es que algunas de esas grandes plataformas están blindándose con intención de que solo pueda existir "su" mercado (véanse los sistemas propietarios ideados por Apple y Amazon: control de todo el proceso, desde la distribución al soporte final). Insisto: como todavía estamos en el comienzo de este nuevo estado de cosas, hay esperanzas (o eso quiero creer) de que esto se pueda enderezar de alguna forma. Soy consciente de la complejidad del asunto —hace ya unos meses que lo sigo con atención por cuestiones profesionales—, pero veo que para empezar conviene ir informando a público y autores, que de momento consideran todo esto como un tema residual, cuando en realidad se está jugando en él una partida de consecuencias muy importantes.